miércoles, 20 de julio de 2011

Liando la madeja


Liando la madeja
A mediados del pasado mes de junio, el BOE daba el visto bueno a la IGP Aceite de Jaén. Siguiendo el protocolo establecido, la publicación estatal anunciaba también la concesión de la correspondiente protección nacional transitoria al nuevo sello de calidad, aunque no lo autorizaba a certificar sus vírgenes extra hasta que el reglamento por el que ha de regirse sea aprobado por consenso.
Al margen de las numerosas polémicas que esta decisión ha suscitado, lo cierto es que cualquier iniciativa que pretenda garantizar la excelencia del aceite de oliva siempre es bienvenida. Sin embargo, teniendo en cuenta el enorme desconocimiento que existe sobre estos asuntos entre los consumidores, su utilidad comercial sí podría ser cuestionable.
En general y salvo raras excepciones, este tipo de distintivos no logran el impacto deseado sobre la conciencia colectiva. Por el contrario, más que esclarecer cualquier duda, en realidad tienden a confundir aún más a quienes pretenden comprenderlos. El problema, en este caso, no se encuentra en la intención con la que se plantean, sino en el modo en que se hace. Esta situación paradójica se repite también con otros productos como el vino. En uno de nuestros múltiples viajes por la geografía nacional, coincidió que paramos a descansar en un área de servicio. Allí acababan de inaugurar una lujosa tienda delicatessen y en ella pudimos contemplar estupefactos que habían sido clasificados confundiendo su procedencia con la denominación de origen a la que pertenecían. Así, los clientes podían adquirir caldos que, supuestamente, habían sido elaborados bajo el amparo de las DOP Córdoba, Cádiz o Almería. Un auténtico disparate, sobre todo teniendo en cuenta que tales denominaciones no existen.
En un primer momento, podríamos achacar ese despropósito al dueño del establecimiento e, incluso, a los propios empleados. En este sentido, probablemente ellos sean los principales responsables, aunque si buscáramos más allá, quizás pudiéramos encontrarlos también en las altas instancias de la Unión Europea. En definitiva, es allí donde se aprobaron en su momento las normativas que administran la organización de estas figuras de calidad.
Sin ánimo de ofender a nadie, podemos tomar el ejemplo de Cataluña para ilustrar este planteamiento. En esa comunidad autónoma conviven DOPs de toda la vida, como Priorato o Penedés, con otras más recientes como la DOP Cava, que no solo abarca el territorio catalán, sino que también ampara producciones de La Rioja, Extremadura o Valencia. Por su parte, también nos encontramos con los Vinos de la Tierra o con los Vinos de Mesa, que comparten espacio con los que ampara la DOP Catalunya, un sello genérico que acoge al resto de vinos que no tienen cabida en ninguna de las anteriores clasificaciones. ¿Es esto serio? No lo creemos, y lo peor es que algo así podría suceder con el aceite. 

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